Con el permiso de la presidencia;

Compañeras y compañeros diputados;

El día de hoy conmemoramos el legado de un gran líder latinoamericano a 51 años de su asesinato. Me refiero al Doctor Salvador Allende, quien fuera presidente de la República de Chile. El 11 de septiembre de 1973, un golpe de Estado orquestado por militares traidores y apoyado desde el exterior despojó a Chile de su democracia.

Salvador Allende, fue el primer presidente socialista elegido democráticamente en América Latina y se mantuvo firme en la idea de que el cambio social podía y debía lograrse por la vía pacífica. Esta convicción de constituir un gobierno popular que construyera una nación en donde la justicia social y la igualdad de oportunidades para todos fueran piedras angulares le costó al Doctor Allende la vida, pues no creyó que la oligarquía, en contubernio con los militares, llegara a tanto en su afán golpista.

Desde su llegada al poder en 1970, Salvador Allende llevó a cabo reformas de trascendencia a favor del pueblo, nacionalizó la banca y la minería y promovió una política que permitiera la redistribución de la riqueza. Su gobierno se propuso elevar sustancialmente el bienestar de los más pobres y en sus primeros años se comenzaron a ver avances en el mejoramiento de la calidad de vida de los sectores más desfavorecidos.

No obstante que contaba con el respaldo del pueblo chileno, el cual todavía hoy lo recuerda con cariño, respeto y admiración, la resistencia que encontró Allende fue feroz, pues los sectores privilegiados, junto con la intervención extranjera, nunca cesaron en su intento de desestabilizar su gobierno y finalmente derrocarlo.

A pesar de ello, Salvador Allende tenía una visión clara, un país donde cada chileno y chilena tuviera acceso a una educación digna, donde los derechos sociales estuvieran garantizados. Él entendía que la verdadera revolución no necesariamente requería de la violencia, sino que podía hacerse recorriendo el camino de la paz y la democracia.

Este enfoque pacífico de transformación es un ejemplo que debe ser recordado y valorado en tiempos en que las democracias enfrentan toda clase de desafíos por los intentos de quienes se resisten a perder sus privilegios y pretenden desconocer la voluntad popular.

La memoria de Salvador Allende hoy se convierte en un faro de esperanza, recordándonos que la lucha por un futuro mejor es posible, que los caminos de la democracia pueden ser efectivos, y que es nuestra responsabilidad continuar con ese legado.

La historia es nuestra y la hacen los pueblos, dijo Allende en su último mensaje a las y los chilenos minutos antes de ser asesinado dejando claro que no se detienen los procesos sociales y, aunque a través de la fuerza pueda avasallar a quienes luchan, tarde o temprano se impone la razón y la voluntad de quienes buscan aportar a la construcción de un mundo más justo, más solidario y más humano.

Es cuanto, muchas gracias