Hablar de la Cocopa para muchos es desconocido, algunos han sugerido que su existencia ya no está fundamentada, que lleva 20 años inerte, viviendo del recuerdo.

Lo cierto es, que un año antes del 16 de febrero de 1996, cuando la vía de la palabra y la razón se cerraban, cuando las condiciones para la violencia estaban dadas, fue este Poder Legislativo quien intervino responsablemente, emitiendo como Congreso una Ley que trazó la conveniencia y la ruta del diálogo y la negociación con el EZLN.

Desde la pluralidad que somos, por encima de las diferencias partidistas, reconociendo justas las causas y privilegiando el bien de la Nación.

Esa Ley de Diálogo y Conciliación generó como instrumento a esta Comisión Bicameral, que ofertara una salida de paz a través del diálogo y negociación como alternativa a las armas.

Después de meses de negociación, de presencia en la zona de conflicto, de mesas y mesas de trabajo, de convivencia, de respeto, de valor, un día como hoy, de hace dos décadas, el Gobierno mexicano firmó ante los ojos atentos del mundo los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, acuerdos que son los más significativos en nuestra historia reciente.

Quiero reconocer la presencia, como mencionó el presidente de la mesa directiva, de hombres que vivieron en carne propia y que hicieron posible este proceso histórico, muchos se nos han adelantado en el camino, quiero mandar un especial reconocimiento a un panista ejemplar, a Don Luis H. Álvarez a quien le envío un gran saludo, y dedicar este mensaje a la memoria de Don Heberto Castillo, un hombre ejemplar, un mexicano reconocido.

Y también aprovechar este momento para reconocer a un hombre que no sólo fue parte de este momento histórico, sino que lleva 20 años siendo parte, estando cerca, estando pendiente, a mi amigo el arquitecto Jaime Martínez Veloz.

Un proceso que reconocía los derechos colectivos de carácter político, social, cultural y económico para las comunidades indígenas; su libre determinación y autonomía, el reconocimiento de sus sistemas normativos, el derecho de sus tierras y territorios, y los derechos de las comunidades como sujetos.

Este acuerdo, no solo irradió esperanza a nivel nacional e internacional, más importante aún, penetró las entrañas de nuestros pueblos, que vieron un acto de justicia ante esa deuda histórica que nuestro país arrastraba.

Pero cuando aún los ecos de las marimbas alegres se escuchaban en la selva, el entonces Presidente de la República desconoció los Acuerdos, mutilando esas esperanzas nacientes, y sembrando un silencio en las comunidades indígenas a lo largo y ancho del país.

Los argumentos utilizados por el Gobierno, me avergüenza decirlos, como mexicano, porque balcanizaban y fragmentaban a nuestro país, se generaban Estados dentro del Estado, ese fue el argumento que puso el Gobierno.

Y yo me pregunto, ¿cuándo fragmentar es el horizonte de nuestros pueblos originarios, cuándo ésta ha sido su naturaleza? Si los pueblos originarios han participado de manera directa en la construcción de nuestra Nación, su nación, y lo han hecho y construido con hechos.

Su sangre corrió en la Independencia de México al lado de Hidalgo y Morelos; porque sangre zacapoaxtla defendió la soberanía nacional en intervenciones extranjeras; sangre yaqui al norte y sangre nahua al sur corrieron en la Revolución mexicana.

¿Cómo argumentar la fragmentación del país?, cuando un indígena en el uso del poder, restauró la República, era de Oaxaca y de apellido Juárez, su espíritu hoy está en las letras más grandes en este Congreso legislativo.

Compañeros legisladores, a 20 años de la firma de los Acuerdos, ante la deuda histórica que aún persiste, yo pregunto, ¿Para qué esperar más tiempo, por qué dejar pasar la oportunidad histórica en la presente legislatura?, un gran honor seria para todas y todos nosotros hacer realidad las reformas en materia indígena, que se reconozcan los derechos colectivos que los pueblos exigen y por los cuales han estado luchando por tanto y tanto tiempo.

Si bien es cierto que han existido intentos en los últimos años, ninguno de ellos abraza el espíritu de los Acuerdos de San Andrés, ninguno ha sido suficiente.

La exigencia por el reconocimiento de Derechos no puede pasar desapercibida para nosotros, es un reclamo de más de 15 millones de mexicanos indígenas.

Han pasado muchos gobiernos, los que prometieron resolver el problema en cinco minutos y los que prefirieron ignorarlo, por eso hoy, sin posturas partidistas sin posturas políticas, quiero celebrar lo hecho por el Presidente de la República en septiembre de 2014, al anunciar en la Conferencia Mundial de los Pueblos Indígenas en Naciones Unidas, que después de tanto tiempo incorporara a la agenda nacional, la armonización de la declaración de la ONU sobre los derechos indígenas, que no sólo abraza, sino también complementa los tratados de San Andrés.

La vía para el cumplimiento está trazada, las condiciones políticas son propicias para que hagamos historia. La armonización legislativa de los tratados internacionales es el camino, una tarea del Estado Mexicano, una deuda con los pueblos originarios, un compromiso del Presidente de la República y una obligación de este Poder Legislativo.

Pido con todo el respeto que puedo ofrecerles, con toda la voluntad de la COCOPA para con ustedes, que sin banderas, sin intereses de grupo, con el legítimo deseo de construir un México que conviva en paz, a pesar de sus diferencias culturales, nos unamos para sacar delante de una manera responsable los trabajos encaminados a otorgar lo que por derecho corresponde a nuestros hermanos indígenas.

Hace 20 años generamos una salida de diálogo y conciliación como alternativa a las armas. Hoy, 20 años después, generemos reformas que salden esta deuda, con soluciones justas al problema que ya no podemos seguir ignorando, que construyan un mundo donde quepan muchos mundos, un México para todos los mexicanos, donde el reloj del poder político marque la misma hora que el reloj de nuestros pueblos indígenas.

Muchas gracias.